Ana era una mujer infértil y con el corazón roto. Oró intensamente a Yahweh y le prometió que si le daba un hijo, lo dedicaría a él. La oración fue contestada, y Ana cumplió su promesa.
Le dijo al sumo sacerdote Elí: “‘Perdone usted, señor, pero tan cierto como que usted vive es que yo soy aquella mujer que estuvo orando al Señor aquí, cerca de usted Le pedí al Señor que me diera este hijo, y él me lo concedió. Yo, por mi parte, lo he dedicado al Señor, y mientras viva estará dedicado a él’ . . . Señor, yo me alegro en ti de corazón” (1 Samuel 1:26–2:1).
Sólo una madre puede apreciar plenamente el costo de su propio sacrificio; llamó a su niño Sh'mu-El ("escuchado por Dios"), que se convirtió en un gran líder de la nación.