Como cristianos, somos llamados a un alto estándar moral, pero podemos sentir que fracasamos en lugar de triunfar. Quizás nuestro lenguaje no es tan puro como sabemos que debería ser, o no hemos superado algunos de nuestros malos hábitos. Es fácil desanimarse si no entendemos lo que está obstaculizando nuestro progreso.
La transformación comienza en la mente, porque la manera en que razonamos afecta la manera en que actuamos. No podemos esperar progresar en santidad si no tenemos discernimiento sobre qué permitir en nuestros pensamientos. El apóstol Pablo nos amonesta a no conformarnos al mundo sino a ser transformados renovando la mente (Ro 12.2). Debemos hacer el esfuerzo por llenar nuestra mente con las verdades de la Palabra de Dios para asegurarnos de que estamos contrarrestando los mensajes del mundo.
La influencia de los demás es otra vía por la cual podemos ser ayudados u obstaculizados en nuestra búsqueda de santidad. Si nos asociamos con personas que no comparten nuestros estándares, podríamos sentirnos tentados a comprometer nuestras convicciones. Los creyentes maduros, por el contrario, pueden detectar los obstáculos que entorpecen su crecimiento y señalar los ajustes que deben hacer. Me han impactado mucho las biografías de hombres consagrados como Oswald Chambers, Charles Spurgeon y Dwight L. Moody. Mientras las leía, veía las cualidades en sus vidas que yo quería en la mía. Estos rasgos formaron la base de muchas de mis oraciones.
¿Qué tipo de pensamientos llenan su mente? ¿Está usted siendo influenciado por amigos, la televisión o redes sociales más que por la Palabra de Dios?